Por:Carlos A. Lozano Guillén
VOZ edición 2504 de 2009
Hace quince años fue asesinado el entonces senador del Partido Comunista y de la Unión Patriótica, Manuel Cepeda Vargas, quien por casi dos décadas dirigió a VOZ Proletaria y a VOZ en los primeros años de vida, después de que en intenso debate se llegó a la conclusión de llamarlo así, sin que ello significará, en lo más mínimo, la renuncia al carácter proletario del partido y del semanario. Manuel lo explicó bien, porque en los años ochenta, con la Unión Patriótica, se abrió paso una política de unidad de la izquierda, además de que los cambios en la estructura social y económica en el país marcaron un peso importante de lo urbano, hasta el punto que nuevos sectores de las llamadas capas medias irrumpieron con fuerza en el escenario político, social y popular.
Manuel fue tanto visionario como estudioso de la realidad nacional, cualidad que combinaba con su afición a la poesía, a la fotografía y a la pintura, entre otras expresiones culturales. Fue un periodista revolucionario por excelencia y en las páginas de VOZ quedaron consignadas importantes crónicas de la lucha popular en Colombia.
Quince años después del magnicidio la huella de Cepeda está intacta. Todos recordamos cómo levantó su verbo encendido para convocar al partido a defender la existencia del periódico, amenazada por las deudas de los regionales y la baja circulación: “VOZ es el partido, el partido es VOZ”, dijo, parafraseando a un dirigente comunista francés que con una frase similar llamó a sacar de la crisis al diario L’Humanité. Una situación, por cierto, casi igual a la que se presenta en estos días en que el colectivo del partido ha perdido el rigor en la causa de la difusión de la prensa comunista.
El asesinato de Manuel Cepeda, como los del resto del genocidio de la Unión Patriótica, está sin esclarecer. Unos pocos autores materiales están identificados, pero los autores intelectuales, capos paramilitares y altos oficiales del Ejército, gozan de la impunidad. Iván Cepeda Castro, hijo mayor de Manuel y Yira Castro, destacada dirigente comunista también y periodista de VOZ, fallecida prematuramente, se ha dedicado a luchar desde la Fundación Manuel Cepeda por el rescate de la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado, en un país en donde esta actividad altruista y humanista es calificada de “terrorista” como lo hace con frecuencia el Gobierno en sus desvaríos retóricos y agresivos.
Tuvo fama de duro e inflexible cancerbero de la línea política comunista, pero fue amplio a su manera, en la medida que promovió la unidad y la convergencia democrática. Pero no vaciló en los principios, jamás pensó que los cambios revolucionarios vendrían en alianzas vergonzosas con la burguesía. Los revolucionarios tenemos nuestro propio ideario, decía con frecuencia.
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Manuel fue tanto visionario como estudioso de la realidad nacional, cualidad que combinaba con su afición a la poesía, a la fotografía y a la pintura, entre otras expresiones culturales. Fue un periodista revolucionario por excelencia y en las páginas de VOZ quedaron consignadas importantes crónicas de la lucha popular en Colombia.
Quince años después del magnicidio la huella de Cepeda está intacta. Todos recordamos cómo levantó su verbo encendido para convocar al partido a defender la existencia del periódico, amenazada por las deudas de los regionales y la baja circulación: “VOZ es el partido, el partido es VOZ”, dijo, parafraseando a un dirigente comunista francés que con una frase similar llamó a sacar de la crisis al diario L’Humanité. Una situación, por cierto, casi igual a la que se presenta en estos días en que el colectivo del partido ha perdido el rigor en la causa de la difusión de la prensa comunista.
El asesinato de Manuel Cepeda, como los del resto del genocidio de la Unión Patriótica, está sin esclarecer. Unos pocos autores materiales están identificados, pero los autores intelectuales, capos paramilitares y altos oficiales del Ejército, gozan de la impunidad. Iván Cepeda Castro, hijo mayor de Manuel y Yira Castro, destacada dirigente comunista también y periodista de VOZ, fallecida prematuramente, se ha dedicado a luchar desde la Fundación Manuel Cepeda por el rescate de la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado, en un país en donde esta actividad altruista y humanista es calificada de “terrorista” como lo hace con frecuencia el Gobierno en sus desvaríos retóricos y agresivos.
Tuvo fama de duro e inflexible cancerbero de la línea política comunista, pero fue amplio a su manera, en la medida que promovió la unidad y la convergencia democrática. Pero no vaciló en los principios, jamás pensó que los cambios revolucionarios vendrían en alianzas vergonzosas con la burguesía. Los revolucionarios tenemos nuestro propio ideario, decía con frecuencia.
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