*Carlos A. Lozano Guillén
El martes 25 de agosto pasado, el mismo día en que las mayorías uribistas en la Cámara de Representantes y el Gobierno Nacional, protagonizaron el grotesco espectáculo para hacer aprobar el espurio referendo reeleccionista, el Dane, metido de lleno en la campaña presidencial, anunció con cinismo que en Colombia “apenas son 20 millones los colombianos en la pobreza”, casi el 50 por ciento de los habitantes del país. Con semejante cifra espeluznante, los publicistas del régimen dijeron con bombos y platillos que la pobreza disminuyó al 46 por ciento, como que en 2005 estaba en el 50.3 por ciento.
Algo muy propio del acostumbrado cinismo uribista, porque en el montaje publicitario, los agentes gubernamentales, soslayaron que la indigencia, aun en la estadística del Dane, creció del 15.7 por ciento al 17.8 por ciento en el mismo periodo. Aunque, advirtieron que en 2006 la indigencia estaba en 18.2 por ciento. De tal manera, que en las alegres cifras de la “Casa de Nari”, en últimas, la pobreza absoluta también cedió. Con todo, son 40 millones de pobres reconocidos, que contrastan con la opulencia de apenas el 5 por ciento de la población. “En Colombia, los pocos ricos viven como en Europa, mientras que los pobres están al nivel de Africa”, dijo alguna vez un alto funcionario de Naciones Unidas.
Sin embargo, estos análisis económicos en medio de la crisis global del capitalismo, pierden de vista, que según los voceros del Gobierno, el país creció a un buen ritmo aunque de todas maneras ni siquiera dentro de la media de América Latina en los últimos años. La pregunta que surge es: ¿A quién benefició el crecimiento de la economía si la pobreza y la indigencia crecieron? La respuesta es muy sencilla: a las transnacionales, los monopolios capitalistas y los poderosos grupos económicos, al igual que a los empresarios del campo y la ciudad, en particular al sistema financiero, los mismos que soportan, felices, este Estado mafioso y que se lucran de negocios tolerados de dudosa ortografía.
Estos usufructuarios del crecimiento económico, también favorecieron el paramilitarismo, al tiempo que respaldan la guerra y las salidas de fuerza. Lloran como Magdalenas cuando el presidente Hugo Chávez les cierra el grifo de los lucrativos negocios en el vecino país, pero siguen apegados a la “seguridad democrática”, pues les ha sido útil para que sus negocios se impongan mediante el ejercicio violento del poder.
Estos señores de la guerra, inversionistas, capitalistas y empresarios, continúan exigiendo garantías para sus capitales a través de la “seguridad democrática”, al tiempo que no se conmueven ante el espectáculo asqueante en el Congreso de la República para imponer el referendo reeleccionista con nombre propio. Lo cierto es que con el uribismo se amplió la brecha entre el campo y la ciudad y entre los ricos y los pobres. Para eso han servido la guerra y la injerencia yanqui.
carloslozanogui@etb.net.co
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