El 1 de septiembre pasado, la vieja Europa celebró el fin de la II Guerra Mundial, que empezó en 1939 y se prolongó hasta el 9 de mayo de 1945, cuando el Ejército Rojo soviético llegó hasta Berlín y logró la firma de la capitulación alemana, después de conocerse la muerte de Hitler y del sometimiento de su poderoso Ejército, que puso en vilo a todo el planeta.
El 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió a Polonia, tras los bombardeos del acorazado “Schleswig-holstein” a la base polaca de Westerplatte, cerca a la ciudad de Gdansk, centro industrial y segunda en importancia. Fue el detonante de la II Guerra Mundial. El tres del mismo mes Francia y Gran Bretaña le declararon la guerra a Alemania y la Unión Soviética, bajo la conducción de Stalin, con antelación comenzó operativos militares en el sur de Polonia y en la frontera con Finlanda, para defender a su país que estaba en el centro de los objetivos de Hitler.
El gran sueño dorado de la bestia parda era la destrucción del primer país socialista del mundo. Para lo cual contaba con el silencio cómplice de las principales potencias capitalistas. Estados Unidos sólo entró en la guerra, el 7 de diciembre de 1941, bastante tarde, luego del ataque aéreo japonés a la base de Pearl Harbor en el archipiélago de Hawai en el Océano Pacífico. Llegó a lo último a saborear la miel de la victoria con el sacrificio de la Unión Soviética y de Europa. Los comunistas europeos y otros militantes de la izquierda -en oriente y occidente- organizaron la resistencia armada contra la invasión alemana. Fue factor fundamental en la desestabilización de las fuerzas invasoras.
El 22 de junio de 1941 comenzó el fallido intento alemán de invadir a la Unión Soviética, conocido como el “Plan Barbarroja”. Fue el inicio de la Gran Guerra Patria para defender las conquistas del socialismo y el Ejército Rojo, con el acompañamiento y la solidaridad de los trabajadores y del pueblo, inició los operativos militares para no permitir la invasión de su territorio. Moscú y Leningrado estuvieron cercados, pero pudo más la firme decisión de defender la patria socialista a todo lugar. La contraofensiva soviética modificó el curso de la guerra. Después del fracaso de la invasión, el Ejército Rojo no se detuvo. Terminó la ofensiva en Berlín, cuando izó la bandera roja con la hoz y el martillo en el Reichstag. Así finalizó la Segunda Guerra Mundial y el mundo se liberó de la amenaza nazifascista. Los soviéticos pagaron muy cara la odisea, más de veinte millones de muertos y la economía socialista quedó destruida.
Sin embargo, en las recientes celebraciones capitalistas de occidente, el papel de la Unión Soviética, ya desaparecida, fue soslayado. La “nueva” historia, tras el derrumbe del Muro de Berlín, no reconoce el papel histórico y heroico de los soviéticos. Es una manera de falsificar la realidad de los acontecimientos, algo propio de los historiadores burgueses, en todo momento y en todo lugar.
carloslozanogui@etb.net.co
El 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió a Polonia, tras los bombardeos del acorazado “Schleswig-holstein” a la base polaca de Westerplatte, cerca a la ciudad de Gdansk, centro industrial y segunda en importancia. Fue el detonante de la II Guerra Mundial. El tres del mismo mes Francia y Gran Bretaña le declararon la guerra a Alemania y la Unión Soviética, bajo la conducción de Stalin, con antelación comenzó operativos militares en el sur de Polonia y en la frontera con Finlanda, para defender a su país que estaba en el centro de los objetivos de Hitler.
El gran sueño dorado de la bestia parda era la destrucción del primer país socialista del mundo. Para lo cual contaba con el silencio cómplice de las principales potencias capitalistas. Estados Unidos sólo entró en la guerra, el 7 de diciembre de 1941, bastante tarde, luego del ataque aéreo japonés a la base de Pearl Harbor en el archipiélago de Hawai en el Océano Pacífico. Llegó a lo último a saborear la miel de la victoria con el sacrificio de la Unión Soviética y de Europa. Los comunistas europeos y otros militantes de la izquierda -en oriente y occidente- organizaron la resistencia armada contra la invasión alemana. Fue factor fundamental en la desestabilización de las fuerzas invasoras.
El 22 de junio de 1941 comenzó el fallido intento alemán de invadir a la Unión Soviética, conocido como el “Plan Barbarroja”. Fue el inicio de la Gran Guerra Patria para defender las conquistas del socialismo y el Ejército Rojo, con el acompañamiento y la solidaridad de los trabajadores y del pueblo, inició los operativos militares para no permitir la invasión de su territorio. Moscú y Leningrado estuvieron cercados, pero pudo más la firme decisión de defender la patria socialista a todo lugar. La contraofensiva soviética modificó el curso de la guerra. Después del fracaso de la invasión, el Ejército Rojo no se detuvo. Terminó la ofensiva en Berlín, cuando izó la bandera roja con la hoz y el martillo en el Reichstag. Así finalizó la Segunda Guerra Mundial y el mundo se liberó de la amenaza nazifascista. Los soviéticos pagaron muy cara la odisea, más de veinte millones de muertos y la economía socialista quedó destruida.
Sin embargo, en las recientes celebraciones capitalistas de occidente, el papel de la Unión Soviética, ya desaparecida, fue soslayado. La “nueva” historia, tras el derrumbe del Muro de Berlín, no reconoce el papel histórico y heroico de los soviéticos. Es una manera de falsificar la realidad de los acontecimientos, algo propio de los historiadores burgueses, en todo momento y en todo lugar.
carloslozanogui@etb.net.co
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