lunes, 25 de enero de 2010

Trono del terror (1, 2 y 3)

Es increíble el poder de amedrentamiento que ha logrado José Obdulio Gaviria sobre la prensa colombiana. ¿Pueden ustedes creer que el Rasputín criollo pidió desde estas páginas que me metieran preso por dar unas opiniones sobre las Farc, y hasta hoy -una semana después- no se ha escrito, ni se ha dicho al aire, una sola palabra al respecto?

Como periodista, semejante silencio me duele, pero como ciudadano me espanta. Si la justicia acogiera las instigaciones de Gaviria, el periodismo y la libertad de expresión en Colombia quedarían heridos de muerte, lo cual no parece preocuparles para nada a mis colegas. Así les suene lo más mamerto del mundo, los invito a leer aquella memorable frase atribuida al poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, en los albores de la Alemania nazi, que comienza así: "Primero vinieron por los comunistas, pero como yo no era comunista, no dije nada..."

José Obdulio Gaviria, experto en cárceles desde la época en que visitaba a sus primos Escobar en la Catedral, de donde salía con abultados fajos de billetes, según relata Roberto Escobar en su libro Mi hermano Pablo (Editorial Oveja Negra, págs. 163 y 164), dice que yo debo estar en prisión puesto que recorro el mundo "haciendo apología de las Farc". Mi apología, según nuestro tropical Monje Loco, consiste en decir que las Farc no serán aniquiladas, que los militares en poder de la guerrilla no son secuestrados y que las versiones mediáticas sobre el reclutamiento de menores y el maltrato de las mujeres en las filas guerrilleras están magnificadas y distorsionadas.

Ratifico todo lo anterior y paso a sustentar mis puntos de vista gracias a que el Director de EL TIEMPO me ha dado la oportunidad de hacerlo.

Dije en Caracas que las Farc son invencibles. La frase no fue pronunciada como una proclama o como una consigna, sino como un hecho científicamente comprobable. ¿O es que 50 años de infructuosos (y costosísimos) esfuerzos por aniquilarlas no son suficiente evidencia? Durante casi ocho años, el actual gobierno se ha gastado unos 15.000 millones de dólares en la guerra, ha duplicado el número de integrantes de la Fuerza Pública, ha despilfarrado el 6,5 por ciento del PIB en los campos de batalla, ha entregado lo poco que nos quedaba de soberanía nacional y ha hecho añicos nuestras relaciones con los países vecinos, a cambio de resultados francamente irrisorios: las bajas de dos integrantes de la comandancia rebelde y de unas decenas de mandos medios, el rescate de 14 rehenes y la deserción de unos cuantos centenares de jóvenes guerrilleros. Pero las Farc siguen ahí, no "refugiadas en sus madrigueras" como suele decir el Gobierno en su curioso lenguaje del Llanero Solitario, sino demostrando poder de fuego a lo largo y ancho de nuestra geografía, todos los días del mes y todos los meses del año.

También dije en la citada entrevista que los militares en poder de las Farc no eran secuestrados, sino prisioneros de guerra. Y ratifico mi opinión. ¿Cómo se pueden calificar de secuestrados a los oficiales y suboficiales del Ejército y la Policía que fueron vencidos por su adversario tras horas, a veces días, de valerosos combates, muchos de ellos librados en medio del total abandono por parte de sus mandos, que nunca les enviaron refuerzos?

Lamento que este espacio no me alcance para tratar los temas de las guerrillas como fuerzas político-militares, el reclutamiento de menores y el tratamiento a las mujeres en el mundo insurgente, asuntos sobre los cuales se han dicho muchas mentiras o verdades a medias que merecen una discusión amplia y abierta.

Así que termino devolviéndome al principio de estas líneas: causa terror que nuestro Rasputín paisa, considerablemente más bajo de estatura que el original ruso, haya logrado amedrentar de tal forma al periodismo. No fue una casualidad que José Obdulio hubiera comenzado su columna contra mí acusando a los medios de dar un trato "laxo y casi amistoso (...) a los terroristas". Lo hizo para probar cómo andaba su poder de intimidación y creo que a estas horas debe estar frotándose las manos con el resultado.

Jorge Enrique Botero

Fuente El Tiempo

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