Por: Cecilia Orozco Tascón
TODOS HEMOS SIDO TESTIGOS: EL prototipo del político colombiano es incoherente; no le da vergüenza decir una cosa hoy y mañana lo contrario, o estar en la oposición y pasarse al Gobierno.
El político colombiano típico no se sonroja porque es cínico. Se encoge de hombros ante los críticos; es soberbio, y sólo se inclina ante quien tiene mayor poder. No tiene principios sino objetivos. Tranza cualquier valor por la burocracia y paga por pertenecer a la manguala de los "ganadores". El político colombiano común es un traidor nato: se alía hasta con el demonio para coronar aspiraciones inmediatas y se ríe de la ideología.
En estos días se han destacado dos ejemplos que se aproximan a la descripción anterior, aunque en otras épocas parecían estar por fuera del marco: el presunto liberal Rodrigo Rivera y el supuesto hombre de izquierda Gustavo Petro. Ambos, de corrientes tan diferentes, andan pidiéndole pista a Álvaro Uribe el primero, y el segundo al establecimiento cuya máxima figura es, de nuevo, Uribe. Rivera no sabe dónde más dar una entrevista con tal de que su jefe —me refiero a Uribe—, se dé cuenta de que existe. Se declaró partidario hasta de la segunda reelección y todavía "está pensando" si se retira del liberalismo. Pero Rivera es menos emocionante que el senador del Polo, porque su conducta corresponde a la tradicional.
Caso aparte es Petro. Éste sí que ha sufrido una transformación difícil de creer: después de haber logrado con éxito traspasar las densas barreras sociales y políticas que se les imponen en Colombia a las vertientes minoritarias del pensamiento, está dando una voltereta digna de medalla olímpica: estructura los debates más contundentes sobre el paramilitarismo y su sucursal, la parapolítica; demuestra la conexidad de ese fenómeno con la clase gobernante y con miembros de las Fuerzas Armadas; investiga el paramilitarismo de Antioquia; lanza fuertes ataques contra el presidente Uribe cuando éste era intocable; habla de desapariciones, masacres y falsos positivos; el jefe de Estado le propina, a su vez, los peores golpes. Cuando nos ha convencido de la corruptela generalizada, modifica su discurso y afirma en público que "una política de seguridad democrática en Colombia debe ser una política de Estado" y que "Uribe va a pasar a la historia" por "construir" ese concepto "tan brillante" (*).
Le tuerce el pescuezo al "ideario de unidad" de su partido para justificar su voto y el de seis senadores más del Polo —sospechosos de clientelismo rampante—, que se dejaron persuadir de votar por el ultraderechista Alejandro Ordóñez, con la cobertura de unos acuerdos que ya están garantizados en la Constitución, qué gracia.
Hay más: Petro aboga en un documento que escribió para explicar su voto por Ordóñez, por un "Acuerdo Nacional" entre "extremistas". Necesario recordar un paso previo que dio: les propuso a las directivas del Polo solicitarle al Presidente que marchara junto a ellos el cuatro de febrero pasado (!). Sobra decir que Uribe no le da ni la hora. ¿Claudicó ante el "extremista" que él ha combatido? ¿Busca que las clases políticas y empresariales le perdonen su pasado guerrillero? ¿Se sumó a los congresistas "pragmáticos"? ¿Todo por el poder?
* Entrevista El Espectador, febrero 2 de 2008.
• Cecilia Orozco Tascón
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